Las emociones en sí mismas no son buenas ni malas. Forman parte de nosotros y todas son necesarias. Pero la manera en que las vivimos y enfocamos sí puede resultar positiva o negativa tanto para nosotros como para los demás.
Para canalizar bien cualquier emoción es primordial identificarla. Cuando no somos conscientes de nuestras emociones, es fácil que nos dejemos llevar por ellas y perdamos el control de nuestro comportamiento. Son momentos en los que nuestras reacciones nos sorprenden y descolocan porque no sabemos a qué atribuirlas.
Aún así,» identificar» no es lo mismo que «saber gestionar». Podemos identificar, por ejemplo, que estamos muy tristes, pero de ahí a que seamos capaces de evitar que esa tristeza se exprese de manera desproporcionada, hay una diferencia y un camino de reflexión por recorrer.
La reflexión es, por tanto, la clave. Pero, ¿es posible aprender a pensar las emociones, dotarlas de razonamiento para contrarrestarlas, normalizarlas y matizar nuestra forma de reaccionar ante ellas?
Con frecuencia, cuando sentimos una reacción que nos sobrepasa, se la traspasamos a los demás a través de un grito, de un enfado, de un silencio tenso. Pero el origen no está en los otros sino en nuestro interior.
Pasos que podemos dar para pensar las emociones
- Contar hasta diez antes de reaccionar.
- Identificar la emoción y nombrarla abiertamente, aunque nos parezca negativa.
- Hacernos preguntas a nosotros mismos acerca del porqué de la emoción que nos invade.
- Tratar de tener en mente que suele haber una intención positiva detrás de la acción de otras personas y, si nos han molestado, no es algo premeditado.
- Plantearnos qué nos aportaría esta emoción si nos dejásemos llevar por ella. ¿Cuál sería la consecuencia? ¿Resultaría positiva para nosotros? ¿Y para los demás?
- Hacernos a nosotros mismos propuestas creativas para convivir con esa emoción de una manera que resulte enriquecedora.
Conseguir dar estos pasos antes de dejarse llevar por la emoción en casi imposible, sobre todo en un principio. Pero sí está a nuestro alcance ir adquiriendo el hábito de dar algunos pasos antes de reaccionar y el resto después. De este modo, seremos capaces de manejar, poco a poco, nuestras emociones y transformarlas en fuentes de autoconocimiento y riqueza interior.