Hay una palabra que cuando se menciona, a menudo hace cambiar la cara a los profesores; una media sonrisa incrédula, ojos que se entornan, suspiros… Es una reacción aprendida como respuesta a lo que la mayoría vive como un acto rutinario, burocrático, ineficaz y consumidor de un tiempo escaso. La palabra es “programar” o su producto, la “programación”.
Por eso yo, a sabiendas de que sólo se trata de un eufemismo, prefiero llamarlo “planificar y planificación”. En realidad, prescindiendo del apelativo, la importancia de este acto es, en sí mismo, fundamental. Por ello es muy peligroso confundirlo con una rutina pesada; Comprensiblemente, a esto se llega por haberlo vivenciado de forma negativa.
El tiempo más importante de un educador es el que pasa en su aula y dedica a personalizar, en todo lo posible, el proceso de enseñanza y aprendizaje que tendrá lugar. Junto a este período, seguramente el siguiente más relevante sea el de planificar qué ocurrirá allí.
Cierto que una planificación puede alterarse una vez comienza una sesión real con los alumnos y alumnas. Sin embargo, debe lucharse contra la improvisación, contra la supuesta “experiencia” de quien cree que por haber enseñado los mismos contenidos en otras ocasiones, eso ya lo tiene preparado. Seguro que a los buenos entendedores no hay que razonarles esta afirmación.
Por lo tanto, quien desea hacer bien su trabajo debe ver respetado este tiempo necesario; el de pensar qué debe ocurrir una vez nos hallemos junto a los alumnos; hacia dónde estamos derivando esas sesiones; qué valores, competencias, hábitos, destrezas y recursos estaremos persiguiendo.
Quien no vaya con ideas claras no llegará muy lejos; probablemente sólo llegará al lugar donde le lleve el azar o “su librillo” (ése de cada maestrillo…). También muy posiblemente, sólo llegará con los alumnos que caminan solos. El resto, los que necesitan un poco más de mediación, comenzarán a sentirse perdidos, sin rumbo y cada vez más alejados de esa difusa meta que su profesor o profesora ha mal dibujado.
Nos lo decían en el cuento de Alicia, ¿verdad? “Si no sabes adónde vas, da igual el camino que tomes”. Esto pasa cuando las clases no están bien planificadas. La tendencia a comenzar las clases cuanto antes en el mes de septiembre es, si cabe, otro peligro para estos períodos necesarios de preparación.