La polémica sobre cómo tratar el error en educación continua viva. Hace pocas fechas escuchaba a un compañero de profesión reclamar para el error una connotación de “señal de alerta” pero, en ningún caso, justificaba que del error también se aprende, como hacen otros profesionales, incluyéndome a mí mismo.
La relevancia, estimo que está en los matices a la hora de explicarse. Sin embargo, es muy importante porque determina muchas de las consecuencias que los alumnos tienen cuando incurren en error.
Ante todo, reclamo una vez más que la educación es un proceso; y un proceso no concluido, puesto que la vida sigue dándote opciones para aprender, especializarte y saber hacer mejor las cosas. Por ello, resulta paradójico exigir a los niños y jóvenes lo que no se exige a los adultos, so pena de castigo en mayor o menor grado. Un cirujano que no puede salvarte la vida no es llevado a la cárcel – se valorarán circunstancias atenuantes y externas, como si un niño no las tuviera-; un veterinario que no salva a tu gato tampoco es expulsado de la profesión; un cocinero que no logre una comida exquisita no es despedido y se le paga igualmente la cuenta por parte de sus comensales; un director o directora de colegio que no logre la equidad tampoco se va a la calle, aunque esté transgrediendo un objetivo de nuestras leyes. Pero resulta que un problema con un error en una suma te puede conducir a un suspenso; no participar en el aula -a saber por qué motivo- quedará reflejado en tus calificaciones, que bajarán; olvidar un día hacer tus deberes se corresponderá con un negativo -no sucederá lo mismo si es el profesor el que los corrige para fecha posterior a la anunciada-, y así largos etcéteras.
La vara de medir está a favor de los adultos, aunque es el ejemplo y el modelo que damos a los jóvenes lo que más los enseña. Por eso a veces se quejan de injusticia con razón.
Las empresas aprenden del error en sus productos y servicios; los investigadores avanzan estudiando y aprendiendo de sus errores; un científico que no llegue a su objetivo, puede lograrlo si lo intenta de otra forma, luego ha aprendido de su error. Cuando Edison negaba estar errando en su descubrimiento de la bombilla estaba haciéndose la persona más experta en materiales, sus propiedades, resistencia, incandescencia, etc. El empeño lo llevó a encontrar la combinación adecuada, pero ¿cuántas otras cosas podría haber descubierto a raíz de tan profundo conocimiento de los materiales con los que hizo todas sus experiencias previas? Esas experiencias fueron calificadas de error por otros observadores. Para él, tan sólo eran pasos necesarios hasta alcanzar el objetivo pretendido.
Así pues, pongamos al error en su sitio didáctico y enseñemos a los niños y jóvenes a analizarlo metacognitivamente, a rodearlo con pensamiento divergente y a ser persistentes en esa búsqueda de caminos que llevan a la meta deseada. En el siglo XXI hay demasiadas cosas cambiantes y las soluciones antiguas dejan de valer; por lo tanto las competencias necesarias deben englobar el saber convivir con el error, no como enemigo, sino como un factor habitual y útil en la búsqueda de respuestas.
Recordemos cómo nació el post-it, la penicilina o tantas otras cosas.