Félix García Moriyón
Tan obsesionados estamos a veces con el famoso problema del ocaso de las humanidades, entre las que con cierta precipitación incluimos la Filosofía, que apenas nos damos cuenta de la buena salud que en bastantes contextos muestran esas humanidades en general y la Filosofía en concreto.
Son muchos los hechos en los que podríamos fijarnos, pero hay uno que, desde mi punto de vista, tiene una especial importancia.
De sobra es sabido que todo el sistema educativo formal, desde su nacimiento (en España con la Constitución de 1812) ha tenido siempre un objetivo muy importante: la formación moral de los niños. Para citar lo que decía la Constitución de 1812, allí se afirmaba con claridad que uno de una tarea fundamental de la escuela era conseguir que las niñas y los niños aprendieran la moral católica, incluyendo una explicación de las obligaciones civiles: es decir, llegar a ser buenos cristianos y buenos ciudadanos.
Esto es todo un programa de educación moral como eje vertebrador del sistema educativo. Obviamente, este objetivo se ha mantenido ininterrumpidamente desde entonces, lo que nos permite referirnos a la escuela como el troquel de las conciencias, utilizando una feliz expresión de una de las innumerables disposiciones legales promulgadas por el gobierno de turno.
Lo que resulta especialmente novedoso a partir de la LOMCE es que por primera vez en la historia de España se incluye una asignatura desde el primer curso de primaria hasta el último de secundaria en la que el alumnado tiene que reflexionar sobre los valores sociales, cívicos y morales propios de la sociedad en la que viven, que son los valores democráticos y los de los Derechos Humanos. Es cierto que no es una asignatura para todo el alumnado, pues se plantea como alternativa a la enseñanza de la religión confesional cuando así lo eligen las familias de los alumnos. No discuto ahora sobre este modelo de dos asignaturas alternativas, presente también en otros países europeos, pues esa interesante discusión me alejaría de lo que pretendo destacar.
El hecho es que, en coherencia con lo que señalan una vez tas otra las disposiciones legales de los gobiernos y de los organismos internacionales que se dedican a cuestiones educativas, desde la UNESCO hasta la OCDE, existe una opción clara y sólida por la inclusión en el marco del horario escolar, como parte del currículo obligatorio, de unos tiempos dedicados a la reflexión filosófica sobre los principios y problemas morales, sobre la ética. A punto de publicarse esta entrada, el actual gobierno de Pedro Sánchez parece apuntar en esa dirección al proponer una asignatura de valores cívicos y éticos; esperemos que así sea.
Son muchas las personas que venimos insistiendo desde hace tiempo en la necesidad de introducir la investigación filosófica en las aulas a partir de los tres años de edad, y las evidencias del positivo impacto que esa inclusión tienen son ya abundantes. Es más, el currículo elaborado para esta asignatura por la editorial SM la sostiene sin género de duda: el aula en la que se trabaja sobre valores cívicos y sociales tiene que ser un aula configurada como comunidad de investigación filosófica.
Ahora bien, el profesorado, siguiendo las orientaciones elaboradas por el MECD para abordar contenidos, competencias y evaluación, debe poseer una buena formación filosófica, lo que implica estar familiarizado con las grandes aportaciones de la filosofía moral sobre estos problemas y con las competencias propias de la investigación filosófica, que potencia la capacidad del alumnado de argumentar sólidamente sus propias opciones éticas gracias al diálogo deliberativo con quienes comparte el aula con él.
Desgraciadamente no es ese el caso y eso es lo que me preocupa. Obviamente esa formación no se posee porque en los estudios para obtener el Grado de profesorado de Primaria, apenas existen asignaturas que ofrezcan esa formación. Desde mi punto de vista, esta asignatura de valores es una disciplina curricular que ha venido para quedarse, pues el acuerdo sobre la necesidad de mejorar la formación ética del alumnado es casi total.
Sería bueno que las facultades de filosofía y la misma Red Española de Filosofía fueran conscientes del problema y con celeridad empezaran a ofrecer la formación que el profesorado necesita para poder enseñar ética, lo que, por cierto, les exigiría también a ellos formarse en la manera de hacer filosofía con niños y adolescentes.
De este modo conseguiríamos incrementar el importante papel que la Filosofía puede desempeñar en la formación del alumnado.