Por Ana López-Navajas, experta en igualdad de género.
Últimamente hemos asistido a la conmemoración de dos días señalados, el 15 de octubre, día de las escritoras y el 24 de octubre, día de las bibliotecas, ambos dedicados a la reflexión sobre la presencia de las escritoras en las bibliotecas (24 de octubre) y el conocimiento de las escritoras (15 de octubre). Voy a centrarme en este por lo que tiene de restitución de un legado literario casi desconocido.
El día de las escritoras, cada vez más celebrado, es relativamente reciente. Nace en 2016 a instancias de Clásicas y Modernas, asociación para la igualdad de género en la cultura; la Biblioteca Nacional Española y FEDEPE (Federación Española de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias). Se pretende conmemorar un día donde recordar a la multitud de escritoras españolas e internacionales que no tienen apenas presencia cultural ni están recogidas en antologías ni ediciones, ni tampoco suelen estar presentes en los contenidos literarios de la educación. No reparar en ellas es perder buena parte de nuestro patrimonio literario, por eso, esta iniciativa puede ayudar a que conozcamos parte de ese importante legado.
Para la conmemoración del día de las escritoras no pudieron elegir mejor referente: es el día de Santa Teresa de Jesús, esa impresionante escritora y mística que por el día contaba maravedíes, fundaba conventos y se peleaba como una campeona con las circunstancias (siempre, poco o mucho, adversas) y por la noche hablaba con Dios, haciendo gala de una espiritualidad asombrosa. Una dualidad que es difícil encontrar (nótese la diferencia con su querido Juan de Yepes, San Juan de la Cruz, que vivía en un mundo claramente espiritual donde lo cotidiano le sobrepasaba). Pero es que, además, nuestra Teresa es una figura literaria de gran envergadura y, aunque es conocida por su poesía mística (una preciosidad que deberíamos reincorporar al temario por su expresión clara y castiza y por la abrumadora profundidad de su pensamiento) es su autobiografía la que la convierte en referente absoluto de nuestras letras. “Su vida” se convierte enseguida en el modelo canónico de autobiografía que siguen escritores y escritoras en español (y otras lenguas) hasta nuestros días.
De hecho, la literatura testimonial sudamericana, como el caso de Rigoberta Menchú, es heredera directa de este canon establecido por nuestra aguerrida monja. Santa Teresa, pues, forja el canon de un género que será muy fructífero, pero que además –mira tú por dónde- es iniciado, tanto en las letras españolas como en las inglesas, por escritoras.
La primera autobiografía en español es el Testamento de Leonor López de Córdoba, valida de Catalina de Lancaster (abuela de Isabel la Católica, por cierto) en el siglo XV y en Inglaterra es El libro de Margary Kempe, en el mismo siglo.
Sin embargo, todavía aportó más Santa Teresa. Una cuestión que tuvo importantes consecuencias fue la edición de su obra, pues como bien dice la profesora Nieves Baranda Leturio, la edición de la obra de Teresa abrió las puertas a las ediciones de posteriores autoras. Así las grandes autoras barrocas como María de Zayas con sus Novelas amorosas y ejemplares, la dramaturga Ana Caro Mallén con Valor, agravio y mujer o El conde Partinuplés o la que es una gran cima de la literatura barroca, la neohispana Sor Juana Inés de la Cruz -por citar solo algunas de ellas-, tuvieron abierto el camino de la edición de sus obras. Por cierto, tanto esta obra de Ana Caro como la de Sor Juana Inés, junto a la de otras autoras, ha estado presente en el Festival de Almagro de este año, algo que debemos celebrar.
Y así, aprovechando este acontecimiento, me gustaría recordar y proponer a una de nuestras grandes clásicas occidentales, que creo que tiene una lectura interesante para todas las edades y en todas las etapas educativas. Y es una buena manera de empezar a conocer a nuestras escritoras clásicas. Son ellas, las clásicas, las que fundamentan está participación siempre constante –y también siempre minusvalorada- en la literatura y las que mejor trasmiten la idea de que la literatura ha sido forjada por autores… y autoras.
Me parece indispensable retomar, editar y adecuar para todas las edades Los Lais de Maria de Francia, igual que se ha hecho con la Fábulas de Esopo, por ejemplo (que ella, por cierto, adaptó al francés en Ysopet). Los Lais son unas preciosas narraciones que recogen la tradición celta y el amor cortés que surge en ese tiempo, sobre el siglo XII. Estas narraciones en verso (pero adaptables) tratan del amor generoso que se expresa hacia otros y también del que piensa solo en sí mismo y las consecuencias de esto. Y no solo son bonitas, cautivadoras e interesantes, sino que constituyen una de las bases de la narrativa occidental. Por eso, poder leerlas, incluso en versiones adaptadas, sería la mejor manera de conocerlas.
De María de Francia sabemos poco, que era una dama del siglo XII, seguramente en la corte de la gran Leonor de Aquitania, pero su obra sí la podemos seguir disfrutando.
Esta, entre otras muchas, puede ser una oportunidad de conocerlas mejor e integrarlas en las aulas.
Antes de terminar, sin embargo, no me resisto a nombrar otra obra clásica que también merecerían esta dedicación y revisión: el Heptamerón de Margarita de Navarra, con narraciones también adaptables a la lectura infantil y juvenil y con unos comentarios después de cada narración deliciosos.
Ana López Navajas es profesora de Lengua y Literatura, investigadora vinculada a la Universitat de València y asesora de Coeducación e Igualdad en la Formación del Profesorado en la Conselleria.