Los docentes tienen diferentes formas de planificar su trabajo para el curso. La más sencilla consiste en mirar el número de páginas del libro de texto elegido, dividir ese número entre las sesiones disponibles y de ahí, sacar el cociente equivalente a cuánto debe explicar cada día.
No parece que ese modelo dé señales de un gran criterio didáctico ni pedagógico. Afortunadamente, la mayoría de educadores abordan la planificación como lo que es. Un momento de vital importancia, tanto para su función, como para decidir cuál es, aún con flexibilidad, el proceso de enseñanza y aprendizaje que debe suceder en el aula.
En este proceso, tradicionalmente, eran los contenidos conceptuales los que se erigían en eje vertebrador. Hoy, bajo un prisma más evolucionado de las verdaderas necesidades de los alumnos, son las competencias a adquirir, así como las destrezas y habilidades a desarrollar, las que han tomado esa posición central.
Cuando queremos dar respuesta a este nuevo enfoque nos encontramos con un obstáculo derivado del exceso de contenidos que aparecen en las propuestas curriculares. La solución que le demos a este problema puede, al menos, tomar dos derroteros opuestos.
Por un lado, podemos «darnos prisa» para intentar cubrir el máximo del currículo, y por otro, podemos decidir centrarnos en los aspectos fundamentales y prescindir de los secundarios. No porque no sean interesantes, sino porque obligan a pasar de forma superficial sobre todos los contenidos, cayendo en el riesgo de que en poco tiempo, el alumno haya olvidado la mayoría.
Esta circunstancia es paradójica pero se observa cada mes de septiembre en las aulas. Las evaluaciones iniciales nos hacen ver que los alumnos han olvidado gran parte de los contenidos que el anterior curso parecían haber adquirido, o al menos, eso decían los resultados de los exámenes.
La explicación es clara y no puede obviarse. Intentar abarcar demasiado conduce a clases expositivas por parte del profesor, donde el alumno tiene escasa participación. Cuando una persona no participa, ni construye su propio aprendizaje, su mente no está activa, dispuesta, ni implicada de la misma forma. La consecuencia es un mero almacenaje en memoria a corto plazo, con el consecuente olvido en poco tiempo.
Todos los educadores que hacen que sus alumnos trabajen más activamente, en grupos cooperativos, con inteligencias múltiples, mediante proyectos, con estrategias para que ellos mismos piensen, etc, ven que los alumnos hacen suyos los conocimientos y los recuerdan y comprenden de forma más profunda.
Cierto es que conlleva más tiempo, pero ese tiempo existe. Primero, prescindiendo de lo secundario en favor de lo principal; segundo organizando mejor un currículo demasiado espiral, donde cada año, hasta la exageración, se repiten los temas. En todo caso, existe unanimidad si lo miramos con sentido común; menos es más.
Uno de los autores más claros a la hora de hablar del nuevo paradigma educativo es Roger Schank, http://www.rogerschank.com/.