Cualquier sociedad desarrollada entiende que la educación sólo es aceptable cuando llega a todos. Hablar de inclusión, no obstante, es ambiguo. La inclusión encierra en sí misma la diversidad de la población y, no cabe duda, de que somos muy diversos, sin llegar necesariamente a colectivos con características menos habituales, con diferentes capacidades o distintas procedencias.
La diversidad se da en cada pueblo y ciudad, en cada barrio, en cada casa. La diversidad se hace real en cada persona racional y emocional. Lógicamente algunos casos necesitan más mecanismos compensadores que otros, sin embargo, un entorno donde la diversidad sea la clave asumida, descansará en principios más flexibles y adaptables a todos.
La opción de antaño consistió en homogeneizar todo aquello que fuera posible, para asegurar que el máximo de alumnos cumpliera un programa estándar asegurador de las habilidades que se tenían como fundamentales. El mundo global actual es más complejo; la homogeneización deja de tener sentido y nos llega la complicación de la educación personalizada.
No en vano se dice que la del profesor es la profesión más complicada del mundo. ¿Cómo se puede planificar de forma heterogénea?, ¿quién puede mantener su atención en veinticinco personas diferentes?
La complejidad está servida. Las herramientas de las que nos dotamos para hacerlo posible, sin embargo, ya no sorprenden en multitud de países. Quizás son países que arrancaron antes en su análisis de ver cómo cambiaba el mundo y las competencias diferentes que sus ciudadanos iban a necesitar. Tal vez, unas políticas educativas más abiertas y pactadas ayudaron a emprender ese viaje en otros países.
En todo caso, el tren no ha pasado; cada día cruza nuestra estación y debemos pensar si lo cogemos o no. Es un tren que nos lleva a nuevas formas de hacer, de crear nuestra tarea, de establecer las metas educativas, de evaluar los resultados,… Y este tren no se permite descarrilar según en qué casos. La meta es que llegue a destino para todos y cada uno de los alumnos con los que viajamos.
Paradójicamente, esta profesión ciertamente vapuleada, desprestigiada y menospreciada es la que tiene en sus manos el futuro del país. Por eso, en esa tarea no nos debemos dejar a nadie por el camino. Como dice el principio cooperativo, «llegamos todos o no llega nadie». Desde mi punto de vista particular, el paradigma de las inteligencias múltiples ha sido capaz de darle un sustrato teórico y práctico a esta necesidad de atención a la diversidad.
Seguro que te gustará esta lectura: “El poder de la neurodiversidad”, Thomas Armstrong, 2012. (http://institute4learning.com/)