En nuestra convivencia, muchas veces nos encerramos en nosotros mismos y no vemos más allá de nuestros sentimientos o nuestros intereses.
Encerrarnos en nosotros mismos hace que nuestra posición sea cada vez más rígida y seamos menos capaces de entender los comportamientos y las emociones de los demás.
Cuántas veces hemos dicho a nuestros hijos “porque lo digo yo”… y no nos hemos parado a pensar qué están sintiendo o cómo pueden vivir ellos una situación determinada.
El teatro de la vida
Vamos a realizar una dinámica que nos ayudará a ponernos en el lugar de los demás miembros de nuestra familia.
Primero, elegimos de forma consensuada distintos momentos del día que sean especialmente conflictivos (la hora de irse a la cama, cuando nuestros hijos tienen que recoger la habitación, etc.).
Después, escribiremos los nombres de cada miembro de la familia en papeles doblados, los meteremos en una bolsa y cada uno irá cogiendo uno para ver quién le ha tocado. Si es uno mismo, se introducirá de nuevo en papel en la bolsa y se cogerá otro.
Puede ser divertido disfrazarnos del personaje que nos ha tocado y hacer entre todos un pequeño “decorado” para representar nuestra particular obra de teatro.
¡Ya estamos listos para la actuación! Vamos a representar en dos actos cada una de las situaciones seleccionadas.
Primer acto
Dramatizamos la situación elegida tal y como la vivimos habitualmente. Debemos actuar como la persona que nos ha tocado, imitando sus gestos, su lenguaje y su forma de comportarse. Hay que intentar no ser demasiado críticos y no ridiculizar.
Segundo acto
Representamos la escena anterior, pero cambiando la actitud y forma de hablar de nuestro personaje para que la situación se desarrolle de la forma más cordial y menos conflictiva posible.
Después, nos juntaremos todos los miembros de la familia que hemos participado para analizar lo que hemos sentido y observado.
Para representar de forma gráfica la dinámica realizada, podemos hacer dos murales con dibujos o fotografías de cada uno de los actos.
Para pensar
z ¿Cómo me he sentido interpretando a otro miembro de mi familia?
z ¿He comprendido cómo se comporta o siente la persona a la que yo he interpretado?
z ¿Me he reconocido en el “actor” que tenía mi personaje?
z ¿Qué no me ha gustado de lo que he visto de mí?
z ¿Podría cambiar para mejorar?
z ¿Qué diferencias he observado entre el primer y el segundo acto?
z ¿Podríamos cambiar también en la realidad?
z ¿Qué podríamos hacer para conseguirlo?
Con esta actividad, los padres entenderemos mejor cómo actúan y cómo se sienten nuestros hijos. Esto nos ayudará a modificar la forma en la que nos relacionamos con ellos y a cambiar parte del lenguaje que utilizamos.
Por otro lado, los niños se darán cuenta del esfuerzo que realizamos los padres y de la cantidad de cosas de las que tenemos que estar pendientes.