Por Rafael Bisquerra
En la anterior entrada abordamos el lugar que la educación emocional debe ocupar en la educación para la ciudadanía. Hoy veremos cuál es el procedimiento correcto para la adquisición de las competencias emocionales.
Un análisis superficial podría llevar a la errónea conclusión de que a partir de los conocimientos ya se adquieren las competencias. Lo cual se podría representar así:
Pero la evidencia empírica demuestra que para que se produzca el comportamiento no es suficiente con los conocimientos. Se requiere una motivación. Emoción y motivación son el anverso y reverso de la misma moneda. Motivación proviene del latín “movere”; emoción procede de la misma raíz latina y significa “ex movere” (sacar hacia fuera). Se ha observado que cuando una persona ha experimentado una emoción intensa, necesita sacarla fuera de alguna forma: comunicándoselo a otras personas, gritando, riendo, llorando, etc. La persona que experimenta una emoción está motivada par actuar en algún sentido. La relación entre emoción y motivación es evidente.
Por lo tanto, para adoptar un comportamiento cívico, activo y responsable no es suficiente con los conocimientos; se necesita una implicación emocional. Esto significa la asunción de unos valores que no vienen impuestos desde fuera, sino que hay una implicación y motivación intrínseca, “desde dentro”.
Dicho de otra forma, el modelo más efectivo de educación para la ciudadanía debe incluir a la educación emocional entre los conocimientos (cognición) y los comportamientos. Gráficamente el modelo podría representarse así:
Por lo tanto, en la educación para la ciudadanía hay que considerar tres dimensiones: cognitiva (adquisición de conocimientos), emocional (competencias emocionales) y comportamental (competencias para la ciudadanía).
Más información:
Educación emocional y convivencia. El enfoque de la educación emocional, Rafael Bisquerra, ed. Wolters Kluwer.