Es decisivo dar la posibilidad a nuestros hijos de expresar sus sentimientos. Esto significa hablar no solo de qué hacen, sino también de cómo se sienten.
Veamos un ejemplo de cómo podemos educar emocionalmente mediante el diálogo:
María llora porque su amiga le ha cogido su muñeca y no se la quiere devolver.
María, ¿qué ha pasado?
(Escuchamos atentamente a María para que nos explique con detalle la situación que le ha provocado el disgusto)
Seguro que debes sentirte triste, ¿verdad? Además, también debes estar enfadada porque tú quieres jugar con tu muñeca y Andrea no te la quiere devolver, ¿a que sí? ¿Qué crees que podríamos hacer para que te la devolviera?
(Ayudamos a la niña a buscar soluciones)
¿Qué te parece si le decimos a Andrea que le dejas un ratito tu muñeca, pero que después te la tiene que devolver? ¿Quieres ir a buscar a Andrea y le dices lo que acabamos de hablar?
En la conversación anterior se fomenta el aprendizaje de varias habilidades emocionales de forma simultánea:
1) Se favorece la conciencia emocional mientras se ayuda a poner palabras a las emociones que María está sintiendo.
2) Se regulan las emociones al permitir que la niña explique con detalle el percance con su amiga Andrea.
3) Se educa su competencia social al practicar con ella una forma de comunicarse emocionalmente inteligente.