Claro que los niños conocen, poseen y se expresan con los cien lenguajes que nos reveló Malaguzzi. Sin duda esta sería una buena aportación para el enriquecimiento del currículo escolar actual: Expresión a través de Cien Lenguajes. Una buena forma de no dejar callado a ninguno, de permitir que todos se expresen, sin importar tanto el cómo, cuanto la propia participación y aportación; el sentirse parte, incluido en su grupo.
Parece lógico que cada uno se exprese a través de sus propias estrategias, caminos o formas de entender la vida. El sistema en cambio, una vez más, va decidiendo qué vale y qué no; quién está dentro porque cumple el estándar y quién queda fuera porque es diferente.
Así, poco a poco, la equidad deseada también desaparece. La diversidad como valor se esfuma. La riqueza de la creatividad se homogeneiza y, en definitiva, damos pasos hacia la sociedad castrada.
Por otra parte, sin embargo, he podido ver a niños que se han salvado. Niños y niñas que han podido mantener intactos muchos de sus lenguajes. Los he visto en muchas aulas, pero con unos años más.
Me refiero a los profesores y profesoras cuyos niños son patentes. Profesores con toda la frescura y vitalidad de los niños que llevan dentro. Profesores a los que les brillan los ojos cuando comienzan sus clases, cuando las planifican; cuando piensan en su profesión.
No son necesariamente profesores y profesoras de Infantil y Primaria. También los he visto en secundaria, bachiller, ciclos, complementarias,… Estos profesionales disfrutan y hacen disfrutar. Enseñan y aprenden, como sus alumnos. Crean junto a ellos. Se emocionan con ellos.
Un guiño, un pulgar levantado, una palmadita en el momento justo, una mirada cómplice, una sonrisa sincera, volcarse en las mesas para estar “dentro” de un equipo, una señal ligera con un dedo señalando una falta de ortografía sin recriminarla, una cara de asombro, un aplauso a sus chavales… He visto profesores y profesoras más persona que juez. Parece de sentido común, pero en demasiadas ocasiones este sentido no abunda.
He visto a profesores que abrazan a sus alumnos. Seguramente jugándosela, porque podrían ser acusados de propasarse con un menor… En nuestra sociedad hacemos normas maximalistas. O todo, o nada. Y en esas estamos. Es más seguro no tener contacto con los alumnos. Pero, sin un abrazo cuando éste es necesario, ¿quién puede sentirse valorado y querido?, ¿quién se sentiría aceptado sin un buen abrazo?
Más miradas, más abrazos, más sentimientos expresados en el aula, y menos notas con boli rojo. Eso ayudaría más que un millón de exámenes de reválida.